1.1 El liderazgo de Estados Unidos.
Con la desaparición de la URSS se ha consolidado un nuevo orden mundial caracterizado por la multipolaridad de intereses bajo el liderazgo de una única superpotencia, Estados Unidos, y por la emergencia del fundamentalismo islámico como una forma de rechazo al dominio mundial que ejercen los países occidentales.
La expresión "nuevo orden mundial" fue utilizada por el presidente George H. Bush en 1991. Con ello hacía referencia a una nueva etapa en las relaciones internacionales que debía caracterizarse por la búsqueda de la paz y el entendimiento entre todos los países. Esta nueva etapa no ha conseguido ninguno de sus objetivos.
Por el contrario, desde 1990 se han incrementado las intervenciones militares de Estados Unidos y el número de conflictos en el mundo. Con frecuencia, los intereses de Estados Unidos y el riesgo de desestabilización del nuevo orden mundial han ido unidos, lo que ha contribuido a legitimar diplomáticamente sus intervenciones militares.
El ejemplo más claro fue la primera guerra de Golfo (1990-1991) que se inició con la invasión de Kuwait por Irak, zona vital para Estados Unidos por su riqueza de petróleo. La invasión fue condenada por la ONU y dio lugar a una coalición internacional liderada por Estados Unidos, que tras liberar Kuwait estableció unas duras sanciones económicas contra Irak.
Tropas estadounidenses en la segunda guerra de Golfo, con los pozos petrolíferos de Irak al fondo.
1.2. Las intervenciones militares.
Tras la primera guerra del
Golfo se enviaron tropas norteamericanas a Kuwait, Arabia Saudita, Catar y
Omán, además de reforzar la presencia norteamericana en el mar Mediterráneo,
Israel y Turquía. Los sucesivos presidentes ( Bill Clinton y George W. Bush )
continuaron la política de intervención militar: en 1993 tropas norteamericanas
desembarcaron en Somalia, en 1995 se permitió la venta de armas a
Bosnia-Herzegovina en su guerra con Serbia y en 1999 las tropas norteamericanas
intervinieron en Kosovo.
Las intromisiones de Estados Unidos en Oriente Medio o en otras zonas habitadas por musulmanes y su apoyo al Estado de Israel han generado una reacción anti-norteamericana en numerosos países de mayoría musulmana. Pero el hecho que inauguró una nueva etapa caracterizada por la amenaza del terrorismo internacional fue el atentado del 11 de septiembre de 2001 contra objetivos estratégicos de Nueva York ( World Trade Center ) y Washington (Pentágono) perpetrado por la organización islámica radical Al Qaeda, liderada por el saudí Osama Bin Laden.
Este atentado constituyó el mayor ataque sufrido por Estados Unidos en su
propio territorio. Sus autores pretendieron humillar a la potencia americana,
mostrando al mundo su vulnerabilidad y evidenciando que no existen objetivos
fuera del alcance terrorista.
La respuesta norteamericana fue inmediata y en octubre de 2001, EEUU invadió Afganistán con el fin de derrocar al gobierno de los talibanes, islamistas radicales acusados de proteger a Al Qaeda. Además, en 2003, tropas norteamericanas y británicas, esta vez sin el respaldo de la ONU, invadieron Irak, sospechosa de fabricar armas de destrucción masiva, y forzaron el derrocamiento del gobierno de Saddam Hussein (segunda guerra del Golfo).
El apoyo del Reino Unido, y también de España, a la intervención en Irak fue respondido con brutales atentados en la estación de Atocha de Madrid (11-M 2004) y en la red de transporte público de Londres (7-J 2005).
Manifestación pacífica en Nueva York contra la guerra de Irak, 2003.
1.3. Estados Unidos después del 11-S.
A consecuencia del 11-S, la principal preocupación de la opinión pública norteamericana se centró en la seguridad nacional. Se creó un nuevo Departamento de Seguridad Nacional y se aprobó la Ley Patriótica, que incluía la suspensión y limitación de algunas libertades y derechos constitucionales. También se introdujeron nuevas prácticas y protocolos de los transportes y edificios públicos que han afectado a la vida cotidiana de los ciudadanos.
La sociedad norteamericana apoyó las intervenciones militares en el exterior destinadas a eliminar posibles bases de apoyo a movimientos extremistas o terroristas. Sin embargo, durante los últimos años, tras las guerras de Irak y Afganistán, este apoyo ha disminuido sustancialmente.
El liderazgo norteamericano ha comportado un alto coste en vidas humanas y recursos, dado que el presupuesto de Defensa de EEUU supone entre el 9% y 10% de su PIB. Todo ello ha provocado en la sociedad norteamericana una actitud contraria a nuevas intervenciones militares en el exterior. Buena muestra de ello ha sido la negativa de Estados Unidos a intervenir directamente o a enviar fuerzas armadas a las guerras de Libia y Siria.
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